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Poesía maldita y divina

  • Oscar Santos
  • 10 abr 2017
  • 1 Min. de lectura

La poesía es intermitente,

brilla como estrellita lejana;

parpadeo de tus ojos cuando me miras,

así la poesía.

Se va y regresa con una sonrisa

cuando la crees perdida.

Vuela contigo cuando no está conmigo;

es rolliza y resbaladiza. Se escurre en tu cuerpo.

De mí se fue hace dos años

y cuando regresó venía del pueblo de don Héctor,

aquel hombre olvidado,

dicen que murió de poesía.

¡Sí! Te digo, no siempre hermosa,

a veces letal y carnicera.

Ay, dolor de las tinieblas en todas las eras.

Y volvió saliendo de entre tus piernas.

Pero hoy la quiero más que ayer

y si se va, que sea como tú, amor,

que siempre vuelves cuando ya no tienes pa’ comer,

hija de la rechingada, eres dolor.

Pero, que nadie se aflija,

ahorita está conmigo, tranquila y soñadora,

mañana me matará y si no lo hace, por lo menos me dejará (otra vez).

Pero como dice José Alfredo (no el que piensas):

¡A la poesía que la salve su chingada madre.

Yo ya me cansé!

Mario Santiago Papasquiaro (José Alfredo Zendejas Pineda, 1953-1998)

 
 
 

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