¿Feminicidio o suicidio?

Mi nombre no importa, lo que importa es recordar la vida y el nombre de mi hermana: Argelia Domínguez Sáenz. Ella tenía 23 años cuando la encontré muerta. Estaba colgada en el baño de su departamento, en el tubo de la regadera, estaba colgada con un cable de plancha. Cuando la vi tardé tiempo en darme cuenta lo que pasaba. Sus ojos estaban abiertos y parecía que miraban un poco más allá del infinito. Su cara estaba levemente azulada al igual que sus labios que se tornaban un tanto más amoratados. Su lengua estaba afuera de su boca, esa boca que me dio muchos consejos cuando yo más lo necesité.

No me asusté, creo que entré en un shock que me impidió sensibilizarme. Lo sé, fue algo raro. Me atrevería a decir que lo esperaba. Ya saben, las muertes en esta zona son predecibles: la hija de doña Juanita, Lupita, de 17 años; la encontraron muerta por allá arriba, en el canal de aguas sucias. Aquí al lado, la mamá de la pequeña Betina, doña Lucy, era joven, de 35 años. Mi amiga Karina, de 18 años; si viviera tendría 25, como yo. La chica que llegó del norte, creo que se llamaba Marijose y creo que tenía 20 años. Es por eso que digo que son predecibles estas muertes, parece que día a día nos van a matar a todas, pero no hay de otra. Tenemos que seguir viviendo, ni modo que deje de trabajar por miedo a salir a la calle. Por miedo a que me maten.

Cuando la policía llegó, me hicieron muchas preguntas, a muchas no supe qué decir o qué contestar. Luego vinieron los señores con batas blancas, empezaron a tomarle fotos a mi hermana, la revisaron dizque para ver si no tenía algún rasguño o algún golpe en el cuerpo. Yo sabía que mi hermana no se quería quitar la vida, era feliz, intentaba serlo día a día.

Ella era novia de Antonio R. Méndez, de 19 años, conductor de un camión. Este muchacho nunca me gustó, siempre parecía estar enojado. En varias ocasiones vi cómo le gritaba a mi hermana. Le decía una y mil groserías. Una vez le encontré algunos moretones, los tenía en los brazos y trataba de ocultarlos con una blusa de manga larga. Le pregunté qué había pasado y ella sólo agachó la cabeza, alcancé a verle los ojos acuosos, como lagunas que reflejan un cielo atormentado por colores grises que preceden a una tromba. Nunca se quejó de Antonio.

Fuera de eso, mi hermana era feliz. Muy amable con todos los que la conocían y también con los que no. Trabajaba en una tienda de ropa, allá por el centro de la ciudad. No ganaba mucho pero se sentía contenta con lo que hacía, siempre la veías bien vestida y bien arregladita, chula mi hermana, muy guapa.

Cuando reaccioné después de verla colgada, lo primero que pensé fue que el cabrón de Antonio la había matado, la había colgado, se las había ingeniado él solo para hacer parecer el asesinato de mi hermana como un suicidio sin premeditaciones. Se los dije a los oficiales, se los grité. Ellos dijeron que investigarían a Antonio pero no lo hicieron. Luego de eso él no se volvió a ver, parecía que la tierra se lo había tragado. Mi mamá y yo íbamos casi diario a la policía para decirles que lo buscaran, que era muy raro que él hubiese desaparecido una vez que mi hermana Argelia apareció muerta; el muy cabrón ni se apareció en el velorio, mucho menos en el entierro.

Al final la policía nos amenazó, nos dijo que dejáramos de chingar, que el dictamen del forense había sido asfixia y que todo indicaba que era un suicidio. Pero yo sabía que no, a mí no me veían la cara de pendeja. Luego me enteré que el primo de Antonio trabajaba como Federal. Era policía. Todo estuvo claro para mí. Esos cabrones estaban coludidos, me mataron a mi hermanita Argelia y no les importó nuestro dolor. Ahora lo único que nos queda hacer es continuar. Tengo que cuidar a mi mamá porque a raíz de eso se me enfermó de tristeza. Llora a diario aunque cada vez es menos, como si se fuera secando por dentro. Y yo, yo trato de no olvidar a mi hermana, después de todo, merece ser recordada.

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